27 jun 2017

miss





Miss


I
Me pones a mil. Me revientas los planes. Me haces sentirme una mierda. Me asfixias. No puedo respirar sin ti.
Dices que tenemos que tener cuidado con los niños. ¡como si fueran pelotudos! Tú te crees que con los berridos que sueltas por la noche, con tus ojos que me desmiembran cuando ya estoy desnuda, con tus manos a escondidas bajo la mesa no es suficiente para que lo tengan claro. ¡Son adolescentes! Saben más que tú y que yo. Son hormonas con patas, ¡puro deseo! ¿Tú te crees que Vanessa se come esto de que me acuesto en tu cama porque el sofá está hundido?
Estás de coña, miss, eres mucho más escandalosa que yo.  Y si yo te veo el plumero, ¡Cómo no te lo van a ver ellos, que son tus hijos!

II
Me metiste la llave de tu casa en el bolsillo. A media noche me da el calentón y subo a la bici. Son cuarenta minutos de pedaleo para airearme, para refrescarme, para ponerme cachonda mientas las ruedas acarician la orilla que va de tu casa a la mía. El aire está húmedo pero suave, el mar huele a las marcas de tu sal sobre mi piel.

III
Me tienes harta. Me hinchas los huevos. Me trastornas. Me ninguneas. No quiero saber nada más de ti. El móvil está quieto en el sofá, no vibra, no suena, no nada. Lo cojo, lo agito como si estuviera pegado a mi mano, lo tiro de vuelta contra el respaldo. Lo escondo bajo los almohadones. Escribo cartas que no te mando. Me masturbo. El orgullo ata mi mano en corto. Me puedes. Con la rabia, yo puedo más que tú. No te llamo.

IV
Ha vuelto Gilad de Tel Aviv. Voy a buscarlo al aeropuerto y nos cuesta llegar a casa. En el portal del edificio, me aprieta contra la pared. Se merienda mi boca, siento su polla vibrar bajo la tela, abro su bragueta y la libero. Entra un vecino. Carraspeamos, el viejo mira al suelo.  Llegamos al séptimo con la lengua fuera. Mi compañero de piso está en la cocina. Levantamos las manos derechas y cerramos la puerta de mi habitación.  



V
Ahora sí quieres. Y me requieres. Boqueas en los escalones de tu edificio. Asma, dices. Te mueres, dices. Estás sola, dices. Me levanto de la cama y voy con el móvil al baño. Gilad me mira, extrañado. Sentada en el trono, tecleo: “ahora no puedo”. Borro. Tecleo: “ahora voy”. Borro. Apago el móvil, vuelvo a la habitación y le cuento de ti.

VI
Primero se sorprende, luego se excita, después ve tu foto en la pantalla y se le baja. “Es vieja” dice, “un pellejo” remata. Río en falso y me pongo colorada. Entonces se preocupa. “¿es importante?” Dudo y le respondo que no lo sé. Que se trata de un juego cuyas reglas han caído de mi bolsillo. Que no tengo claro en que casilla del tablero me encuentro.  

VII
Escribo poemas a escondidas. Gilad se fue de gira, me llama todos los días, pero no pregunta por ti. Te mandé una carta amarga con la llave de tu casa pegada con celo al sobre. Lo metí en otro, acolchado y más grande. Despierto empapada, con pachuli y cedro enroscados en mis senos maxilares. Lo impregnas todo, llega tu mail breve. Te acuestas con tu jefe, te despatarras entre bambalinas cuando cae el telón y nadie os ve. Su mujer es tu mejor amiga, no sabes cómo confesárselo, puntualizas que es una siesa, un adefesio, que no se cuida, que no lo cuida, que vuestros hijos son amigos. Me das asco, yo tampoco te lo digo.

VIII
Has venido a buscarme, no avisaste. Te presentas en la puerta de casa con un poemario de Girondo envuelto en un papel brillante, me invitas a cenar. Te doy un beso en cada mejilla, giras la cara, buscas mi boca. Cierro los puños y me aparto con un gesto que quiero elegante. Sonrío como puedo, “¡No vale!”, ríes como si tuvieras quince años. Recuerdo que no me gusta como besas, me muerdes los labios, hueles a vieja, te cuelga la piel de los antebrazos. En la mesa te escucho a medias, tu pie descalzo se abre paso entre mis piernas.

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